Ni bien nos enteramos del BAFICI, es un tema indiscutido de conversación en hámbitos como la facultad o el trabajo. Una vez que el tema está instalado, todos nos convertimos en intelectualoides sobre cine iraní, armenio e incluso marciano. Todo es bueno, interesante o "de belleza poco común" (cuentenme, ¿que quiere decir eso?).
Cuando conseguimos el folleto de las cerca de 500 películas que están disponibles nos embarcamos en algo parecido a el gallito ciego (versión nacional del Marco Polo en la pileta), ya que invertimos dos horas de nuestro día guiándonos en una descripción de poco más de veinte palabras por film. Por lo general si leemos un título en francés o asiático (recuerden que cuando vamos a este festival estamos en modo intelectualoide) no dudamos y sacamos la entrada a un módico precio de ocho pesos, y si se presenta un carnet o libreta universitaria, nos sale cuatro pesitos.
Cuando vamos a la cola para retirar nuestra entrada, hay un gran número de posibilidades que se presente esta situación. Delante nuestro vamos a encontrar a Sofi, Sole, Steffi y Sol. Cuatro amigas de Palermo que, después de quemar la tarjeta de papá en el shopping Abasto, fueron al cine para el día siguiente hacerse pasar por un grupo de adolescentes cultas y muy interesadas en el séptimo arte.
Finalmente, cuando salimos de la sala esuchamos por todos lados diversas opiniones ya citadas al principio del post, "¡qué fotogrfía! cómo nos mete en su visión de las cosas este tipo" y demás.
No tengo nada en contra de este evento, es más, soy un consumidor más y me alegra que el cine independiente tenga su veranito en abril, además de atraer a todo tipo de gente. Pero no sé cómo se deben sentir los más serios especialistas en el tema compartiendo su día con esta situación. Para más información sobre el BAFICI, metanse a http://www.bafici.gov.ar/
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